Pues bien, todos coincidimos en
que una ciudad, en sí misma, es educativa. Los vínculos que establecemos con
los individuos, las redes que construimos gracias a estos vínculos o relaciones
en sí mismas, hablan acerca de lo que somos. En definitiva, aquello que somos
está relacionado directamente con los espacios que habitamos, con lo que estos
espacios nos facilitan, nos transmiten, nos comunican, las formas de
convivencia que aquí se establecen, etc.
Sin embargo, también hay un punto
clave en el que todos coincidimos, y es, claramente, que el acceso a la cultura
ha de ser uno de los derechos fundamentales de los humanos, siendo,
especialmente la educación, la transmisora de esto, y no únicamente en la etapa
escolar, sino prolongándose este acceso a la cultura a todas las personas a lo
largo de su vida y en sus distintas formas.
Pero, reflexionando
profundamente, nos preguntamos, ¿con qué cultura hemos de trabajar en tanto que
educadores sociales? Tras cuestionarnos esto, podemos plantear, algunos de los riesgos que podemos
cometer al emplear la cultura como herramienta educativa.
En primer lugar, hemos de
alejarnos de la concepción de cultura patrimonialista o “alta cultura” como
única herramienta educativa. No queremos negar rotundamente el uso de esta
cultura con alto valor histórico como herramienta educativa, pero sí, advertir,
del error que se comete si únicamente nos restringimos a ella. Los individuos
no somos únicamente receptores de cultura, la cual únicamente la generan
aquellos elegidos por el carácter exclusivo que traen aparejados, sino desviarnos
de la relación unidireccional que es establece si contemplamos la cultura en un
sentido clásico o clasicista.
En segundo lugar, hablamos
también de evitar jerarquizaciones de la cultura. Con esto queremos referirnos
a la primera clase impartida del curso, en la cual tratamos el tema de cultura de élite vs cultura popular. En esta
clase, surgió el debate acerca de este tema, y, a modo de resumen, se concretó
que, si utilizamos la cultura de élite, o la cultura popular como herramienta
educativa, hemos de tomar la precaución de no segmentar los contenidos en
función a la población a la que va dirigida, es decir que, un error que
cometeríamos, sería establecer itinerarios culturales-educativos en función del
“nivel cultural” del que disponga la población.
En tercer lugar, tenemos que ser
conscientes de que, no sólo aquellas producciones culturales que han sido
capaces de perdurar en el tiempo y de “universalizarse” de alguna manera, son
las válidas. Son de igual importancia aquellas que no han sido víctimas de la
sociedad mercantil en la que hoy en día nos movemos, es decir que, hay otras
formas de cultura que son igualmente válidas, aceptables, sofisticadas y
complejas que, a pesar de no haberse “universalizado”, forman parte del
patrimonio cultural. Sin embargo, tendemos a no ver esto así, cometiendo el
error de no caer en la cuenta de que esto se debe a los efectos que está
conformando la mundialización, puesto que vemos a la cultura occidental como la
única válida, estableciendo nuevamente una relación unilateral, entendiendo a
la población como meros espectadores.
Es muy enriquecedor trabajar con
cultura, siempre y cuando trabajemos fomentando la generación de cultura de
todo tipo, y teniendo en cuenta, todos estos errores en los que, como futuros
profesionales, podemos caer al utilizar la cultura como herramienta educativa.
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