Es curioso, cómo en el texto de Manuel Delgado, se nos invita a una profunda reflexión acerca de, entre otras cosas relacionadas, la libertad de usos del espacio público, así como de la necesidad de normas que regulen esta libertad individual de individuos.
No pretendemos, es estos párrafos que se exponen a continuación, encontrar los culpables de este juego que ha acabado desembocando en una excesiva seguridad en nuestros espacios públicos. Con esto quiero decir que, nuestra intención, es establecer una tímida y superficial deliberación que, quizás nos ayude a la hora de desarrollar en nuestro futuro la práctica profesional de calidad, gracias a este texto concreto.
Pues bien, resulta interesante que nos paremos a pensar acerca de la excesiva seguridad que hay en nuestros espacios públicos. Bien es cierto que, deben existir unas mínimas normas comunes para aplicar en los espacios de tránsito público, pero, tal y como lo presenta Manuel Delgado, esta excesiva pretensión de seguridad, ¿no se está convirtiendo acaso en algo perverso? ¿Cómo hemos llegado a esta situación de excesiva seguridad de la que hablamos?
Si algo sabemos, es que todo lo que hacemos en nuestra práctica cotidiana, viene determinado por numerosas influencias de nuestro entorno. ¿A podido ser la educación recibida, o bien de manera histórica, o bien en los últimos años, una de estas influencias de las que hablamos? Claramente, tras un leve debate, afirmamos que, efectivamente, la educación recibida para nuestra progresiva socialización, tiene un papel clave en los comportamientos que tenemos los ciudadanos, en este caso, en los espacios públicos. Debido a estos comportamientos específicos, en su mayoría, de alguna manera irrespetuosos, que mostramos en relación a nuestros espacios comunes, quizás (diciéndolo de manera tímida) se halla derivado en esta excesiva seguridad, que no tiene otra pretensión más allá de la pura sanción, castigo, etc.
Probablemente, algo en la educación que estamos compartiendo y que estamos recibiendo, ha fallado, y si no, ¿por qué se ha llegado a estos extremos? Se sabe, por otros países cercanos, que la utopía de un espacio público en el que los conflictos se resuelven de manera pacífica, un espacio público limpio, cuidado y respetado en tanto que un bien común (y por consiguiente, nuestro propio), transitado, un espacio público que proyecte cultura e incite a crearla, etc., se convierte en realidad, dejando estas fantasías de la imaginación a un lado, para ponerlas en práctica en nuestros espacios.
Entre nosotros, y en la misma línea en la que hablamos de cómo la educación ha derivado en una serie de comportamientos que se han visto obligados a establecer unas pautas de excesiva seguridad, hemos establecido, de nuevo, un intenso debate en el cuál, hemos pedido opinión a personas ajenas para contrastar ideas y afirmaciones. Es decir, que, hay quienes especulamos acerca de que, como hemos dicho en estas últimas líneas, debido a la educación que hemos obtenido y que nos ha llevado a desencadenar una serie de comportamientos debidos a esta clara influencia, así como el aumento de ciudadanos con diferentes cultural, se ha apreciado como consecuencia el aumento creciente de seguridad en nuestras calles hasta llegar a los límites perversos de los que hablamos hoy en día. Sin embargo, la otra postura de igual valor que la anterior, trata de justificar que, quizás, el progresivo aumento de seguridad en exceso en nuestras calles, ha traído como consecuencia una derivación del aumento progresivo de conductas inadecuadas en concepto de reivindicación de esta seguridad extrema. Es algo sin una respuesta clara y única, al igual que aquel acertijo que de pequeños siempre nos han formulado; ¿qué vino antes? ¿El huevo, o la gallina?
Pues bien, volvemos a mencionar, una vez más, que no se pretende aquí hablar de buenos y malos, o mejor dicho, de culpables e inocentes. La pretensión de esta reflexión, se aleja mucho también de buscar soluciones definitivas que eliminen, de manera casi mágica en la teoría, esta situación “conflictiva”, o dicho de otra manera, de esta utilización del espacio público que ha conllevado al fracaso de los objetivos de su utilización porque, desde un principio se ha partido de la desigualdad en la sociedad. Quizás esto suene de manera contradictoria, pero los altibajos que sufrimos constantemente en nuestro día a día, los conflictos clásicos a los que nos hemos tenido que enfrentar a lo largo de nuestra vida, no son algo malo, o negativo que haya eliminar sin lugar a dudas. Huir de los conflictos sin su consenso posterior, no ayuda a más que, a provocar otros de mayor índole posteriormente.
Si en algo estamos de acuerdo aquí, es de que, la educación debería de potenciar esta resolución de conflictos en vez de su eliminación o enterramiento, puesto que esto provoca que únicamente los apartemos de nuestra vista aún sabiendas de que éstos aún se encuentran latentes. Una educación en ciudadanía, en civismo, en habilidades para el consenso, una educación para la convivencia o vida en común en nuestros espacios compartidos, una educación, en definitiva, en democracia, pueden ser el germen decisivo que ayude a transformar poco a poco esta mala utilización del espacio público.
A medida de que la educación pueda ir haciendo responsables a los ciudadanos del buen uso y tránsito de los lugares públicos en tanto que propiedad de todos son, se irá percibiendo gradualmente un aumento de las personas que los utilicen y que hagan gozar al resto con su presencia saliendo a dar, simplemente un paseo con sus hijos, potenciando así el enriquecimiento educativo y cultural entre unos y otros para que se transmita así, lo beneficioso que resulta el tránsito adecuado por nuestras calles.
No pretendemos, es estos párrafos que se exponen a continuación, encontrar los culpables de este juego que ha acabado desembocando en una excesiva seguridad en nuestros espacios públicos. Con esto quiero decir que, nuestra intención, es establecer una tímida y superficial deliberación que, quizás nos ayude a la hora de desarrollar en nuestro futuro la práctica profesional de calidad, gracias a este texto concreto.
Pues bien, resulta interesante que nos paremos a pensar acerca de la excesiva seguridad que hay en nuestros espacios públicos. Bien es cierto que, deben existir unas mínimas normas comunes para aplicar en los espacios de tránsito público, pero, tal y como lo presenta Manuel Delgado, esta excesiva pretensión de seguridad, ¿no se está convirtiendo acaso en algo perverso? ¿Cómo hemos llegado a esta situación de excesiva seguridad de la que hablamos?
Si algo sabemos, es que todo lo que hacemos en nuestra práctica cotidiana, viene determinado por numerosas influencias de nuestro entorno. ¿A podido ser la educación recibida, o bien de manera histórica, o bien en los últimos años, una de estas influencias de las que hablamos? Claramente, tras un leve debate, afirmamos que, efectivamente, la educación recibida para nuestra progresiva socialización, tiene un papel clave en los comportamientos que tenemos los ciudadanos, en este caso, en los espacios públicos. Debido a estos comportamientos específicos, en su mayoría, de alguna manera irrespetuosos, que mostramos en relación a nuestros espacios comunes, quizás (diciéndolo de manera tímida) se halla derivado en esta excesiva seguridad, que no tiene otra pretensión más allá de la pura sanción, castigo, etc.
Probablemente, algo en la educación que estamos compartiendo y que estamos recibiendo, ha fallado, y si no, ¿por qué se ha llegado a estos extremos? Se sabe, por otros países cercanos, que la utopía de un espacio público en el que los conflictos se resuelven de manera pacífica, un espacio público limpio, cuidado y respetado en tanto que un bien común (y por consiguiente, nuestro propio), transitado, un espacio público que proyecte cultura e incite a crearla, etc., se convierte en realidad, dejando estas fantasías de la imaginación a un lado, para ponerlas en práctica en nuestros espacios.
Entre nosotros, y en la misma línea en la que hablamos de cómo la educación ha derivado en una serie de comportamientos que se han visto obligados a establecer unas pautas de excesiva seguridad, hemos establecido, de nuevo, un intenso debate en el cuál, hemos pedido opinión a personas ajenas para contrastar ideas y afirmaciones. Es decir, que, hay quienes especulamos acerca de que, como hemos dicho en estas últimas líneas, debido a la educación que hemos obtenido y que nos ha llevado a desencadenar una serie de comportamientos debidos a esta clara influencia, así como el aumento de ciudadanos con diferentes cultural, se ha apreciado como consecuencia el aumento creciente de seguridad en nuestras calles hasta llegar a los límites perversos de los que hablamos hoy en día. Sin embargo, la otra postura de igual valor que la anterior, trata de justificar que, quizás, el progresivo aumento de seguridad en exceso en nuestras calles, ha traído como consecuencia una derivación del aumento progresivo de conductas inadecuadas en concepto de reivindicación de esta seguridad extrema. Es algo sin una respuesta clara y única, al igual que aquel acertijo que de pequeños siempre nos han formulado; ¿qué vino antes? ¿El huevo, o la gallina?
Pues bien, volvemos a mencionar, una vez más, que no se pretende aquí hablar de buenos y malos, o mejor dicho, de culpables e inocentes. La pretensión de esta reflexión, se aleja mucho también de buscar soluciones definitivas que eliminen, de manera casi mágica en la teoría, esta situación “conflictiva”, o dicho de otra manera, de esta utilización del espacio público que ha conllevado al fracaso de los objetivos de su utilización porque, desde un principio se ha partido de la desigualdad en la sociedad. Quizás esto suene de manera contradictoria, pero los altibajos que sufrimos constantemente en nuestro día a día, los conflictos clásicos a los que nos hemos tenido que enfrentar a lo largo de nuestra vida, no son algo malo, o negativo que haya eliminar sin lugar a dudas. Huir de los conflictos sin su consenso posterior, no ayuda a más que, a provocar otros de mayor índole posteriormente.
Si en algo estamos de acuerdo aquí, es de que, la educación debería de potenciar esta resolución de conflictos en vez de su eliminación o enterramiento, puesto que esto provoca que únicamente los apartemos de nuestra vista aún sabiendas de que éstos aún se encuentran latentes. Una educación en ciudadanía, en civismo, en habilidades para el consenso, una educación para la convivencia o vida en común en nuestros espacios compartidos, una educación, en definitiva, en democracia, pueden ser el germen decisivo que ayude a transformar poco a poco esta mala utilización del espacio público.
A medida de que la educación pueda ir haciendo responsables a los ciudadanos del buen uso y tránsito de los lugares públicos en tanto que propiedad de todos son, se irá percibiendo gradualmente un aumento de las personas que los utilicen y que hagan gozar al resto con su presencia saliendo a dar, simplemente un paseo con sus hijos, potenciando así el enriquecimiento educativo y cultural entre unos y otros para que se transmita así, lo beneficioso que resulta el tránsito adecuado por nuestras calles.